Por; Luis Manuel Rivera
El turismo de viajeros solitarios ha dejado de ser un fenómeno marginal para convertirse en una de las tendencias más sólidas y de mayor crecimiento en la industria turística global.
Impulsado por cambios demográficos, sociales y culturales, este segmento representa hoy una oportunidad estratégica para destinos, hoteles, plataformas digitales y operadores turísticos.
Viajar solo ya no se asocia con aislamiento, sino con libertad, autodescubrimiento, flexibilidad y experiencias auténticas, valores altamente apreciados por las nuevas generaciones y por un creciente número de adultos independientes.
Los datos respaldan esta evolución: el mercado global del turismo en solitario supera actualmente los 480 mil millones de dólares y podría triplicarse en la próxima década.
Millennials y Generación Z lideran esta tendencia, pero también crece con fuerza entre profesionales de 30 a 50 años y personas mayores que buscan experiencias personalizadas.
Destaca especialmente el crecimiento del segmento femenino, donde más del 70% de los viajeros solitarios son mujeres, impulsadas por mayor independencia económica, confianza personal y deseo de explorar el mundo bajo sus propias reglas.
Este nuevo perfil de viajero no busca simplemente una habitación o un boleto; busca experiencias diseñadas para él, con equilibrio entre autonomía y conexión social.
Aquí es donde surgen nuevos modelos de negocio que están transformando la oferta turística tradicional.
Uno de los pilares de esta transformación son las plataformas digitales y comunidades para viajeros solitarios.
Aplicaciones como TripBFF, Nomadizers, Tourlina o NomadHer han creado ecosistemas donde los viajeros pueden conectar con otros en tiempo real, compartir planes, formar grupos temporales o simplemente sentirse acompañados en un destino desconocido.
Estas plataformas reducen una de las principales barreras del viaje en solitario: la soledad no deseada. Su propuesta de valor se basa en la conectividad humana, la afinidad por intereses y la seguridad, especialmente relevante para mujeres viajeras.
Desde el punto de vista del negocio, estas plataformas operan bajo modelos freemium, donde el acceso básico es gratuito y los ingresos provienen de suscripciones premium, compras dentro de la app, publicidad segmentada y alianzas con proveedores turísticos.
El caso de TripBFF es ilustrativo: en menos de un año alcanzó cientos de miles de usuarios y genera ingresos recurrentes mensuales relevantes, demostrando que el viajero solitario está dispuesto a pagar por valor añadido y experiencias mejoradas.
Otro modelo en expansión es el de los tours y viajes organizados exclusivamente para personas que viajan solas.
Empresas como Flash Pack, WeRoad o agencias de “viajes singles” han replanteado el concepto de viaje grupal: permiten que una persona se incorpore sola a un grupo cuidadosamente diseñado por edad, intereses y estilo de vida.
Estos modelos eliminan el tradicional “suplemento individual”, uno de los mayores frenos históricos para este segmento, y lo sustituyen por experiencias compartidas, coordinadores especializados y dinámicas sociales que facilitan la integración.
Estos viajes combinan lo mejor de dos mundos: la comodidad y seguridad del grupo, con la libertad emocional del viajero independiente.
Desde el punto de vista financiero, se trata de modelos altamente rentables, ya que permiten economías de escala, tarifas negociadas y precios premium basados en la experiencia, no solo en el traslado o el alojamiento.
Además, generan altos niveles de repetición y lealtad, ya que muchos viajeros mantienen vínculos sociales más allá del viaje y vuelven a contratar nuevas experiencias.
La industria hotelera y de alojamiento también se está adaptando a esta tendencia.
Hostales modernos, colivings, hoteles lifestyle y cadenas híbridas están rediseñando espacios para fomentar la interacción: mesas comunales, coworkings, actividades sociales, clases, tours urbanos y eventos nocturnos. Incluso hoteles tradicionales comienzan a ofrecer habitaciones individuales más competitivas, experiencias “social hours” y programación pensada para huéspedes que viajan solos.
En cruceros, aerolíneas y destinos, se observa una clara evolución hacia productos solo-friendly.
En términos de monetización, los modelos orientados a viajeros solitarios combinan diversas fuentes de ingreso: suscripciones, venta de experiencias, paquetes turísticos, eventos, membresías, afiliaciones y patrocinios.
Lo común entre todos ellos es que el valor ya no está solo en el producto turístico, sino en la experiencia emocional, la comunidad y la personalización.
El viajero solitario no compra precio; compra sentido, conexión y significado.
En conclusión, el auge de los viajeros solitarios representa mucho más que una moda: es una reconfiguración estructural del turismo.
Para los empresarios del sector, ignorar este segmento implica perder una de las oportunidades de crecimiento más relevantes de los próximos años.
Los modelos de negocio que entiendan este cambio —y diseñen productos flexibles, humanos y centrados en la experiencia— no solo capturarán mercado, sino que construirán comunidades, lealtad y rentabilidad sostenible.
El viajero solitario ha llegado para quedarse, y está redefiniendo cómo se viaja, cómo se vende y cómo se vive el turismo.
